Balance para 2011: todo pudo ser mejor.
Y ahora que lo pienso, casi podría decir que ésa es para mí una auténtica declaración de principios.
Tanto, que hasta podría considerarla una seria candidata para mi epitafio.
Bueno, en fin, demasiada filosofía para un fin de año.
Hora de enfriar bien el champagne.
Salud!
sábado, 31 de diciembre de 2011
jueves, 22 de diciembre de 2011
Es notable la manía de alguna gente por anotarse amigos en Facebook.
Recién vi que uno de los que me mandó invitación (bueno, en verdad se la mandó a Diego, ese fantasma que uso para taparme la cara en algunos sitios) tiene más de 1000 amigos.
Mierda, más de 1000 amigos, ¿lo pueden creer? Yo pensé que era emocional y físicamente imposible tener más de 10. Pero no, estos tipos tienen más de 1000.
¿O el problema será de Facebook, que insiste en decir que "ahora Diego y Fulano son amigos"?
A lo mejor deberían usar otra palabra. O no, quién sabe. Tal vez a alguna gente la gusta pensar que tiene más de 1000 amigos, y que la cosa es tan fácil como mandar una invitación a vaya a saber quién.
En fin, el hecho es que Diego, por ahora, tiene 7 amigos.
Un verdadero sociópata en estos tiempos que corren.
Recién vi que uno de los que me mandó invitación (bueno, en verdad se la mandó a Diego, ese fantasma que uso para taparme la cara en algunos sitios) tiene más de 1000 amigos.
Mierda, más de 1000 amigos, ¿lo pueden creer? Yo pensé que era emocional y físicamente imposible tener más de 10. Pero no, estos tipos tienen más de 1000.
¿O el problema será de Facebook, que insiste en decir que "ahora Diego y Fulano son amigos"?
A lo mejor deberían usar otra palabra. O no, quién sabe. Tal vez a alguna gente la gusta pensar que tiene más de 1000 amigos, y que la cosa es tan fácil como mandar una invitación a vaya a saber quién.
En fin, el hecho es que Diego, por ahora, tiene 7 amigos.
Un verdadero sociópata en estos tiempos que corren.
miércoles, 14 de diciembre de 2011
martes, 13 de diciembre de 2011
domingo, 11 de diciembre de 2011
Ayer, repasando un libro que me prestó Joaquín, encontré la obvia respuesta para las dos escenas del post anterior.
Dicho de manera bien simple y resumida: yin atrae yang; yang atrae yin.
Las formas de esa atracción varían, pero no el principio.
Así de claro y contundente.
Quien vive en armonía con esa dualidad vibratoria, es feliz.
Dicho de manera bien simple y resumida: yin atrae yang; yang atrae yin.
Las formas de esa atracción varían, pero no el principio.
Así de claro y contundente.
Quien vive en armonía con esa dualidad vibratoria, es feliz.
martes, 6 de diciembre de 2011
Felipe
Escena 1: Voy a casa de mi hermano a visitar a mi sobrino. Mi hermano aparece con el carrito, abre la puerta del edificio y baja el escalón que separa el hall de entrada de la calle.
El carrito golpea levemente al bajar. A los dos segundos mi sobrino, Felipe, empieza a llorar como si se acabara el mundo. "Pobre, se asustó con el golpe", pienso.
Veo cierto fastidio en la cara de mi hermano. "Se asustó con el golpe", le digo.
"No", contesta. "Es por vos; el otro día con Joaquín hizo lo mismo". "En realidad ahora está haciendo esto con los hombres; con las minas, no".
Escena 2: Estoy en la casa de mi "hermana". Hace mucho que no voy. Está cargando a la nena y me la ofrece. "Ni en pedo, Caro, hace mucho que no me ve, no se debe acordar de mí y se va a largar a llorar (en el momento de la escena la nena tiene 4 años y la última vez que la ví tenía 2 y 1/2)". "No, nada que ver, con los hombres no llora".
Dudando, previendo la fastidiosa escena de llanto y devolución de la carga, acepto.
Para mi sorpresa, efectivamente, la nena no llora, me abraza y me apoya la cabeza sobre el hombro.
¿Habrá alguna relación entre estos dos hechos? ¿Será como dicen, finalmente, que un hombre proyecta en toda mujer (de alguna manera) a su madre, y una mujer en todo hombre (de alguna manera) a su padre? Quién sabe. Lo cierto es que por ahora mi sobrino llora al verme.
Ya llegarán los años de complicidad.
El carrito golpea levemente al bajar. A los dos segundos mi sobrino, Felipe, empieza a llorar como si se acabara el mundo. "Pobre, se asustó con el golpe", pienso.
Veo cierto fastidio en la cara de mi hermano. "Se asustó con el golpe", le digo.
"No", contesta. "Es por vos; el otro día con Joaquín hizo lo mismo". "En realidad ahora está haciendo esto con los hombres; con las minas, no".
Escena 2: Estoy en la casa de mi "hermana". Hace mucho que no voy. Está cargando a la nena y me la ofrece. "Ni en pedo, Caro, hace mucho que no me ve, no se debe acordar de mí y se va a largar a llorar (en el momento de la escena la nena tiene 4 años y la última vez que la ví tenía 2 y 1/2)". "No, nada que ver, con los hombres no llora".
Dudando, previendo la fastidiosa escena de llanto y devolución de la carga, acepto.
Para mi sorpresa, efectivamente, la nena no llora, me abraza y me apoya la cabeza sobre el hombro.
¿Habrá alguna relación entre estos dos hechos? ¿Será como dicen, finalmente, que un hombre proyecta en toda mujer (de alguna manera) a su madre, y una mujer en todo hombre (de alguna manera) a su padre? Quién sabe. Lo cierto es que por ahora mi sobrino llora al verme.
Ya llegarán los años de complicidad.
viernes, 25 de noviembre de 2011
Decálogo de la desconfianza
Desconfío mucho de:
- Las personas que no toman alcohol ni consumen otro tipo de drogas.
- Las personas que usan escaleras mecánicas.
- Las personas que no leen o dicen que ya han leído suficiente.
- Las personas que no escuchan música.
- Las personas que se acuestan sistemáticamente a las 10 PM.
- Las personas a las que no les gusta el turrón de Jijona.
- Los hombres que jamás usaron pelo largo.
- Los hombres que usan barba candado.
- Las mujeres que usan babuchas.
- Las mujeres que se llaman María.
- Las personas que no toman alcohol ni consumen otro tipo de drogas.
- Las personas que usan escaleras mecánicas.
- Las personas que no leen o dicen que ya han leído suficiente.
- Las personas que no escuchan música.
- Las personas que se acuestan sistemáticamente a las 10 PM.
- Las personas a las que no les gusta el turrón de Jijona.
- Los hombres que jamás usaron pelo largo.
- Los hombres que usan barba candado.
- Las mujeres que usan babuchas.
- Las mujeres que se llaman María.
miércoles, 23 de noviembre de 2011
domingo, 20 de noviembre de 2011
Destapá felicidad
Este es el slogan de las publicidades de Coca Cola.
Claro. Conciso. Inapelable.
No importa si el producto en sí es una basura.
No. Ellos no te dicen destapá salud. Te dicen destapá felicidad; es decir, venden emociones, no una bebida cola. Venden una ilusión, la idea de que la felicidad puede encontrarse haciendo algo tan simple como destapar una de sus botellas.
Como dije alguna vez, el ser humano es emoción, y los publicitarios de Coca Cola lo saben.
El que es feliz destapará Coca Cola lo mismo porque eso es lo que se supone que hacen las personas felices. Y el que no lo es lo hará también. En primer lugar porque necesita ser feliz de alguna manera, y en segundo lugar porque necesita creer que tomando Coca Cola puede serlo; al menos por un rato.
Destapemos felicidad, entonces. Tomemos Coca Cola.
Claro. Conciso. Inapelable.
No importa si el producto en sí es una basura.
No. Ellos no te dicen destapá salud. Te dicen destapá felicidad; es decir, venden emociones, no una bebida cola. Venden una ilusión, la idea de que la felicidad puede encontrarse haciendo algo tan simple como destapar una de sus botellas.
Como dije alguna vez, el ser humano es emoción, y los publicitarios de Coca Cola lo saben.
El que es feliz destapará Coca Cola lo mismo porque eso es lo que se supone que hacen las personas felices. Y el que no lo es lo hará también. En primer lugar porque necesita ser feliz de alguna manera, y en segundo lugar porque necesita creer que tomando Coca Cola puede serlo; al menos por un rato.
Destapemos felicidad, entonces. Tomemos Coca Cola.
sábado, 12 de noviembre de 2011
miércoles, 9 de noviembre de 2011
Encuentro
En el año 1996, caminando por Lavalle, descubrí a Enrique Cadícamo sentado en un café.
Entré, lo saludé y finalmente me senté en su mesa durante algunos minutos.
En ese momento Enrique Cadícamo tenía 96 años y era una leyenda viva del tango.
Autor de "Anclao en París", "Niebla del Riachuelo" y tantas otras obras, ahí estaba, con su gran taza de café con leche, su pantalón rayado con tiradores, casi inadvertido, mirando pasar por la ventana a una Buenos Aires a la que ya poco le quedaba de aquellos dorados años 20.
A mí en ese momento el tango no me interesaba gran cosa, pero a Cadícamo lo había conocido en una entrevista gráfica y tenía el encanto de los hombres que han vivido intensamente.
París, Gardel, la bohemia. Me preguntó si yo era músico, si tocaba rock.
No sin cierto pudor contesté que sí. "Claro, ahora los jóvenes escuchan eso".
No lo dijo de manera despectiva, sino como quien constata un hecho. Entonces, sus ojos azules parecieron hundirse en el recuerdo. Le dije que de todas maneras a mí el tango me gustaba y que muchas de sus letras me parecían muy buenas y que para mí era un honor poder saludarlo.
Me miró, sonrió y dio un gran sorbo a su taza de café con leche. Intercambiamos algunas palabras más y finalmente me levanté de la mesa y me fui.
Tres años después Enrique Cadícamo moría a los 99 años.
Cada tanto recuerdo aquel encuentro y pienso en la distancia absurda que se establece con ciertos artistas. El fanatismo excesivo, los endiosamientos, la mitificación del proceso creativo.
"Mucho o poco, aprovecharon su potencial", pienso. Eso es todo. Pero casi nadie lo entiende.
Entré, lo saludé y finalmente me senté en su mesa durante algunos minutos.
En ese momento Enrique Cadícamo tenía 96 años y era una leyenda viva del tango.
Autor de "Anclao en París", "Niebla del Riachuelo" y tantas otras obras, ahí estaba, con su gran taza de café con leche, su pantalón rayado con tiradores, casi inadvertido, mirando pasar por la ventana a una Buenos Aires a la que ya poco le quedaba de aquellos dorados años 20.
A mí en ese momento el tango no me interesaba gran cosa, pero a Cadícamo lo había conocido en una entrevista gráfica y tenía el encanto de los hombres que han vivido intensamente.
París, Gardel, la bohemia. Me preguntó si yo era músico, si tocaba rock.
No sin cierto pudor contesté que sí. "Claro, ahora los jóvenes escuchan eso".
No lo dijo de manera despectiva, sino como quien constata un hecho. Entonces, sus ojos azules parecieron hundirse en el recuerdo. Le dije que de todas maneras a mí el tango me gustaba y que muchas de sus letras me parecían muy buenas y que para mí era un honor poder saludarlo.
Me miró, sonrió y dio un gran sorbo a su taza de café con leche. Intercambiamos algunas palabras más y finalmente me levanté de la mesa y me fui.
Tres años después Enrique Cadícamo moría a los 99 años.
Cada tanto recuerdo aquel encuentro y pienso en la distancia absurda que se establece con ciertos artistas. El fanatismo excesivo, los endiosamientos, la mitificación del proceso creativo.
"Mucho o poco, aprovecharon su potencial", pienso. Eso es todo. Pero casi nadie lo entiende.
sábado, 5 de noviembre de 2011
jueves, 3 de noviembre de 2011
...
Estoy en el baño en Austria.
Escucho un diálogo que llega desde la cocina.
- ¿Y esto? ¿Qué es?
- Prepizzas. Son de esa dieta que hacen ellos, macrobiótica, creo. Se juntan los viernes y preparan de esas cosas.
(Silencio; seguramente trata de procesar el hecho de que esos extraños discos de color oscuro son, efectivamente, prepizzas).
- Lo que se pierden...
La conversación es entre mi abuelo y mi primo, que a veces pasa un rato a saludar (y a comer).
Mi primo es de esas personas que frecuentan las salchichas con salsa golf, las pastas con salsa de crema (crema sola), la coca cola, etc.
Pienso en el abismo que nos separa, no ya con la comida, sino con tantas cosas.
Es un buen chico, le tengo aprecio, pero en un punto es claro que él es hijo de su padre y yo del mío.
No es que saque estas conclusiones a partir de su forma de comer. En verdad por alguna razón este tema de la comida me hizo pensar en otras diferencias. Digresiones a las que a veces soy afecto.
Pero bueno, volvamos al punto inicial: el cree que yo, nosotros, nos perdemos algo (yo no soy macrobiótico, pero me parezco mucho más a ellos que a mi primo).
No entiende, no puede entender, que detrás de todo esto no hay sacrificio. Que uno se convierte en otra cosa. Más, que uno aspira a otras cosas: armonía con la naturaleza, equilibrio, ausencia de enfermedad, plenitud mental y física.
No, definitivamente yo no siento que me esté perdiendo nada.
En todo caso siento que estoy ganando muchas cosas.
Escucho un diálogo que llega desde la cocina.
- ¿Y esto? ¿Qué es?
- Prepizzas. Son de esa dieta que hacen ellos, macrobiótica, creo. Se juntan los viernes y preparan de esas cosas.
(Silencio; seguramente trata de procesar el hecho de que esos extraños discos de color oscuro son, efectivamente, prepizzas).
- Lo que se pierden...
La conversación es entre mi abuelo y mi primo, que a veces pasa un rato a saludar (y a comer).
Mi primo es de esas personas que frecuentan las salchichas con salsa golf, las pastas con salsa de crema (crema sola), la coca cola, etc.
Pienso en el abismo que nos separa, no ya con la comida, sino con tantas cosas.
Es un buen chico, le tengo aprecio, pero en un punto es claro que él es hijo de su padre y yo del mío.
No es que saque estas conclusiones a partir de su forma de comer. En verdad por alguna razón este tema de la comida me hizo pensar en otras diferencias. Digresiones a las que a veces soy afecto.
Pero bueno, volvamos al punto inicial: el cree que yo, nosotros, nos perdemos algo (yo no soy macrobiótico, pero me parezco mucho más a ellos que a mi primo).
No entiende, no puede entender, que detrás de todo esto no hay sacrificio. Que uno se convierte en otra cosa. Más, que uno aspira a otras cosas: armonía con la naturaleza, equilibrio, ausencia de enfermedad, plenitud mental y física.
No, definitivamente yo no siento que me esté perdiendo nada.
En todo caso siento que estoy ganando muchas cosas.
lunes, 31 de octubre de 2011
sábado, 29 de octubre de 2011
viernes, 28 de octubre de 2011
sábado, 22 de octubre de 2011
Libre asociación de ideas
Libertad. Rock. Beatles. Rolling Stones. Led Zeppelin. AC/DC. The Doors. Black Sabbath. Gibson. Fender. Marshall. Ruta. Ruta 66. USA. Jazz. Blues. Jack Daniel's. Slide. Armónica. Mississippi. New Orleans. África. Marihuana. Noche. Insomnio. Hendrix. Flower Power. Sixties. Seventies. Free Love. Mujeres. Libros. Amistad. Multiplicidad. Arte.
miércoles, 19 de octubre de 2011
Una chica escribe en su muro: "tengo hambre, te puedo comer la boca?".
Las respuestas de los hombres son obvias, torpes, previsibles. "Sí, cómo no!!", "Si con eso se te pasara el hambre viviría chapando", etc.
Mi respuesta, como era de esperar, fue otra: "No, la necesito para muchas otras cosas".
También, como era de esperar, ese fue el único comentario que ella se tomó la molestia de contestar.
A veces me exaspera lo pelotudos que son mis congéneres.
Las respuestas de los hombres son obvias, torpes, previsibles. "Sí, cómo no!!", "Si con eso se te pasara el hambre viviría chapando", etc.
Mi respuesta, como era de esperar, fue otra: "No, la necesito para muchas otras cosas".
También, como era de esperar, ese fue el único comentario que ella se tomó la molestia de contestar.
A veces me exaspera lo pelotudos que son mis congéneres.
miércoles, 12 de octubre de 2011
martes, 11 de octubre de 2011
miércoles, 5 de octubre de 2011
martes, 4 de octubre de 2011
sábado, 1 de octubre de 2011
Anoche, hablando con una rumana, me enfrenté a un concepto novedoso: estar en pedo en inglés es más digno que en español.
Según esta niña, el español deja más en evidencia la incapacidad para modular correctamente.
La verdad, nunca se me habría ocurrido algo semejante.
Las miradas ajenas siempre tienen algo de inasible.
Según esta niña, el español deja más en evidencia la incapacidad para modular correctamente.
La verdad, nunca se me habría ocurrido algo semejante.
Las miradas ajenas siempre tienen algo de inasible.
viernes, 30 de septiembre de 2011
sábado, 24 de septiembre de 2011
domingo, 18 de septiembre de 2011
martes, 13 de septiembre de 2011
Escuchando un tramo de una entrevista a un conocido conductor televisivo, me encuentro de golpe con la pregunta obligada: "Vos, que ya tenés mucho, que podés comprarte la mejor casa, el mejor auto, el mejor yate, ¿qué sentís por la plata? ¿qué pensás de esa ambición desmedida de mucha gente que nunca se conforma, que siempre quiere tener más?"
Y claro, no lo entiende. El pobre no lo entiende. Atrapado en su mundo de escasez, no puede ver más allá de su universo de necesidades materiales.
¿Querés saber por qué estos hombres nunca se conforman con lo que tienen? ¿De verdad querés saberlo? Es fácil: nunca se conforman porque lo que realmente desean poseer no son cosas, sino personas. No desean tanto comprar yates como voluntades. Desean poder, desean la incomparable sensación de dominar a sus semejantes.
Y esa tarea de reinar, de imponerse al mundo, como se sabe, nunca puede terminar del todo.
Y claro, no lo entiende. El pobre no lo entiende. Atrapado en su mundo de escasez, no puede ver más allá de su universo de necesidades materiales.
¿Querés saber por qué estos hombres nunca se conforman con lo que tienen? ¿De verdad querés saberlo? Es fácil: nunca se conforman porque lo que realmente desean poseer no son cosas, sino personas. No desean tanto comprar yates como voluntades. Desean poder, desean la incomparable sensación de dominar a sus semejantes.
Y esa tarea de reinar, de imponerse al mundo, como se sabe, nunca puede terminar del todo.
sábado, 10 de septiembre de 2011
jueves, 8 de septiembre de 2011
Hace unos días estaba en Austria echado en el sillón, viendo un poco de tele y tomando unas cervezas. De golpe, sentí un bajo que empezaba a sonar en la terraza del edificio de enfrente.
Era de noche, con lo que el ambiente favorecía la evocación. Recordé mis épocas de banda, la emoción de la composición, la adrenalina de saber que en algún momento eso que se estaba creando sería tocado en vivo, el feedback (o no) con el público.
Lo extraño de mi último vivo es que tenía una conciencia pasmosa de que lo era. Por lo tanto, lo que tenía de lúgubre (algo, no demasiado) lo compensaba con la intensidad de saber que se acabaría y que tenía que disfrutarlo al máximo. Cuando me bajé del escenario pensé: "bueno, se terminó, es muy probable que nunca más vuelvas a hacer esto". Recordé también que eso mismo había pensado con Amnistía, mi primera banda, y sonreí.
A veces me sigo preguntando si aquel recital fue, efectivamente, el último de mi vida.
Y la verdad, se los confieso, no estoy seguro.
Era de noche, con lo que el ambiente favorecía la evocación. Recordé mis épocas de banda, la emoción de la composición, la adrenalina de saber que en algún momento eso que se estaba creando sería tocado en vivo, el feedback (o no) con el público.
Lo extraño de mi último vivo es que tenía una conciencia pasmosa de que lo era. Por lo tanto, lo que tenía de lúgubre (algo, no demasiado) lo compensaba con la intensidad de saber que se acabaría y que tenía que disfrutarlo al máximo. Cuando me bajé del escenario pensé: "bueno, se terminó, es muy probable que nunca más vuelvas a hacer esto". Recordé también que eso mismo había pensado con Amnistía, mi primera banda, y sonreí.
A veces me sigo preguntando si aquel recital fue, efectivamente, el último de mi vida.
Y la verdad, se los confieso, no estoy seguro.
miércoles, 31 de agosto de 2011
martes, 30 de agosto de 2011
lunes, 29 de agosto de 2011
Algunas reflexiones sobre la paternidad
Más de una vez me he preguntado por qué, a pesar de tener buena onda con los nenes (conceptualmente; lo cual deja siempre a salvo las excepciones), la idea de ser padre no deja de producirme cierto terror.
Me gusta la idea de dejar una descendencia y, sobre todo, la posibilidad de transmitir a un niño mi visión del mundo, las cosas esenciales que siento que he aprendido y que creo que lo ayudarían a transitar la vida con una aceptable sensación de felicidad, gratitud y empatía.
Por momentos tengo la sensación de que podría criar muy bien a alguien, potenciarlo, ayudarlo a alcanzar su máxima expresión posible. Entonces otra vez la pregunta: ¿por qué el temor a emprender esa aventura, a ejercer ese rol que, de alguna manera, podría ser tan enriquecedor?
Más allá del hecho de que la paternidad es el final de un proceso en el que yo claramente no me encuentro, tengo la impresión de haber dado con la respuesta. Ser padre significa que el ciclo de la vida ha arrancado nuevamente, que una nueva rueda ha echado a andar y que nuestra generación empieza a ser reemplazada por la siguiente.
Pienso que es esa pequeña muerte (y la sensación de que yo mismo no he logrado aún mi mayor potencial) lo que me aleja. Porque claro, hace ya mucho tiempo que convivo con la idea de crear por encima de uno mismo, la idea de que los hijos tienen que ser una de nuestras más grandes y mejores obras. Y eso no es posible en la medida en que no hayamos terminado con otra mucho más básica y fundamental: la construcción de nosotros mismos.
Puede que sea eso. O puede también que sea yo una persona inmadura y por lo tanto incapaz de afrontar semejante responsabilidad. Después de todo, y aunque el mundo nunca me haya resultado un lugar fácil de habitar, siempre he contado con el recurso de quedarme solo y no tener que lidiar más que conmigo mismo.
Me gusta la idea de dejar una descendencia y, sobre todo, la posibilidad de transmitir a un niño mi visión del mundo, las cosas esenciales que siento que he aprendido y que creo que lo ayudarían a transitar la vida con una aceptable sensación de felicidad, gratitud y empatía.
Por momentos tengo la sensación de que podría criar muy bien a alguien, potenciarlo, ayudarlo a alcanzar su máxima expresión posible. Entonces otra vez la pregunta: ¿por qué el temor a emprender esa aventura, a ejercer ese rol que, de alguna manera, podría ser tan enriquecedor?
Más allá del hecho de que la paternidad es el final de un proceso en el que yo claramente no me encuentro, tengo la impresión de haber dado con la respuesta. Ser padre significa que el ciclo de la vida ha arrancado nuevamente, que una nueva rueda ha echado a andar y que nuestra generación empieza a ser reemplazada por la siguiente.
Pienso que es esa pequeña muerte (y la sensación de que yo mismo no he logrado aún mi mayor potencial) lo que me aleja. Porque claro, hace ya mucho tiempo que convivo con la idea de crear por encima de uno mismo, la idea de que los hijos tienen que ser una de nuestras más grandes y mejores obras. Y eso no es posible en la medida en que no hayamos terminado con otra mucho más básica y fundamental: la construcción de nosotros mismos.
Puede que sea eso. O puede también que sea yo una persona inmadura y por lo tanto incapaz de afrontar semejante responsabilidad. Después de todo, y aunque el mundo nunca me haya resultado un lugar fácil de habitar, siempre he contado con el recurso de quedarme solo y no tener que lidiar más que conmigo mismo.
jueves, 25 de agosto de 2011
miércoles, 17 de agosto de 2011
Letras
Ahora, mientras luchaba para completar la letra de una vieja canción de mi "etapa solista" (bueno, la letra está completa, lo que quiero en realidad es reescribir algunas líneas que no me gustan del todo) me di cuenta de hasta qué punto, en la música, me importa más el sonido de la lírica que su contenido en sí (en verdad, me interesa la lírica como una forma más de sonido, eso es lo que quiero remarcar).
En mi cabeza, primero existe una melodía con ciertas palabras dominantes que condicionan todo el resto de la escritura. Se trata, entonces, de hacer encajar esas palabras como en un rompecabezas, tratando a la vez de que tengan cierta conexión entre sí. Reconozco que una letra con vuelo suma, pero para mí cumple siempre un rol secundario. En ese sentido, se podría trazar cierto paralelo con la poesía. Claro que en la poesía la musicalidad y el contenido del texto deben estar en perfecto equilibrio, cosa que en la música, como digo, no es algo crítico.
En resumen, creo que cuando uno compone música nunca debe olvidar que es, sobre todo, un músico, no un escritor. La materia prima con la que uno trabaja, siempre, es sonido.
En mi cabeza, primero existe una melodía con ciertas palabras dominantes que condicionan todo el resto de la escritura. Se trata, entonces, de hacer encajar esas palabras como en un rompecabezas, tratando a la vez de que tengan cierta conexión entre sí. Reconozco que una letra con vuelo suma, pero para mí cumple siempre un rol secundario. En ese sentido, se podría trazar cierto paralelo con la poesía. Claro que en la poesía la musicalidad y el contenido del texto deben estar en perfecto equilibrio, cosa que en la música, como digo, no es algo crítico.
En resumen, creo que cuando uno compone música nunca debe olvidar que es, sobre todo, un músico, no un escritor. La materia prima con la que uno trabaja, siempre, es sonido.
jueves, 21 de julio de 2011
martes, 19 de julio de 2011
Dinámica de las ideas
En algún libro que leí por ahí, el autor decía que una gran idea tenía siempre la fuerza necesaria como para sacudir una estructura mental determinada, pero que si esa idea no era machacada lo suficiente, la estructura volvía finalmente a su forma original, como un elemento flexible que se estira pero, tarde o temprano, vuelve a ser lo que era. La idea subyacente es que esas estructuras generan una inercia, un hábito mental, que es realmente difícil erradicar. La lectura de una gran idea genera un pensamiento poderoso, pero finalmente se trata de un pensamiento nuevo. Los programas mentales, eso que podríamos llamar paradigma, se desarrollan en cambio durante años y por lo general en la etapa formativa de la vida, en donde se tienen pocas defensas. Por eso, si lo que se pretende es un cambio de paradigma no queda otra que leer una y otra vez las mismas cosas, hasta que se transforman en ideas innatas. Las ideas innatas son, ya se sabe, las que logran tener una emoción asociada. Esto es algo que explica muy bien Goleman. Con las ideas no alcanza. Y me lo repito una y otra vez, porque siempre es necesario volver a entenderlo. Ideas (repetición), acción, emoción. Sin esa secuencia no hay nada.
jueves, 23 de junio de 2011
domingo, 29 de mayo de 2011
lunes, 23 de mayo de 2011
Valparaíso
Una de las cosas que me gustan de volver a ver fotos viejas es la ilusoria cercanía que puedo tener con aquel que fui. Por ejemplo en esta imagen puedo reconocer claramente los días finales de un viejo yo. Por supuesto que en ese momento no tenía la más remota idea de que lo fueran, sobre todo considerando la mística que había rodeado a ese viaje, las charlas con Esperanza, etc. Sin embargo así fue. Entre otras cosas, llevaba en mi mochila dos compañeras de ruta que afortunadamente hoy ya no me acompañan. Una, mis ideas de izquierda. La otra, una total falta de claridad con respecto a qué hacer con mi vida.
domingo, 1 de mayo de 2011
lunes, 18 de abril de 2011
Historia de un insecto
El viernes a la noche, antes de irme a acostar, noté la presencia de un extraño insecto apoyado del lado izquierdo de la pared sobre la que da el monitor de mi computadora.
De color verde, con unas alas sospechosas, despertó mi instinto de supervivencia y terminó literalmente aplastado en el exacto rincón sobre el que segundos antes se posaba. El golpe fue tan certero que la lámina en que quedó convertido no llegó a distorsionar en absoluto sus formas, iniciando a partir de entonces un proceso de secado que al día de hoy parece haber concluido.
El hecho es que tengo a Pedro (así lo bauticé) en el ángulo superior izquierdo de mi monitor y cada tanto, involuntariamente, se cruza con mi mirada. Más de una vez he pensado en ir a buscar un trapo para hacerlo desaparecer, pero por uno u otro motivo no me decido a hacerlo. Me pregunto si tal vez algún día alguien lo mirará con la misma fascinación con que yo mismo contemplé unas hojas de helechos del Triásico en Ischigualasto y si terminará petrificado y acaso sobrevivirá a su verdugo y al monitor que oficia de centinela a escasos centímetros. Porque claro, uno decide dar muerte a un pobre insecto, pero no decide las consecuencias que ese mísero acto puede eventualmente acarrear. Como decía, podría ir a buscar un trapo y terminar con todo el asunto y dejar toda esta serie de disquisiciones banales a un lado. Pero por alguna razón no lo hago, y me pregunto cómo terminará la historia de Pedro y la mía. Verlo posado sobre la pared me generó el impulso de aplastarlo. Verlo aplastado contra la pared me inclina, en cambio, hacia los caprichos del azar.
De color verde, con unas alas sospechosas, despertó mi instinto de supervivencia y terminó literalmente aplastado en el exacto rincón sobre el que segundos antes se posaba. El golpe fue tan certero que la lámina en que quedó convertido no llegó a distorsionar en absoluto sus formas, iniciando a partir de entonces un proceso de secado que al día de hoy parece haber concluido.
El hecho es que tengo a Pedro (así lo bauticé) en el ángulo superior izquierdo de mi monitor y cada tanto, involuntariamente, se cruza con mi mirada. Más de una vez he pensado en ir a buscar un trapo para hacerlo desaparecer, pero por uno u otro motivo no me decido a hacerlo. Me pregunto si tal vez algún día alguien lo mirará con la misma fascinación con que yo mismo contemplé unas hojas de helechos del Triásico en Ischigualasto y si terminará petrificado y acaso sobrevivirá a su verdugo y al monitor que oficia de centinela a escasos centímetros. Porque claro, uno decide dar muerte a un pobre insecto, pero no decide las consecuencias que ese mísero acto puede eventualmente acarrear. Como decía, podría ir a buscar un trapo y terminar con todo el asunto y dejar toda esta serie de disquisiciones banales a un lado. Pero por alguna razón no lo hago, y me pregunto cómo terminará la historia de Pedro y la mía. Verlo posado sobre la pared me generó el impulso de aplastarlo. Verlo aplastado contra la pared me inclina, en cambio, hacia los caprichos del azar.
martes, 12 de abril de 2011
viernes, 1 de abril de 2011
martes, 29 de marzo de 2011
Terapia
Hace ya un tiempo que noto cierto patrón en mis sesiones con el analista y es que se extienden bastante más de la cuenta. Digamos, una sesión de 30 minutos suele durar 40, incluso a veces 45. No tengo la más remota idea de si esto es algo normal, una suerte de estándar para los analistas, sobre todo teniendo en cuenta que muchas veces es casi criminal cortar cierta hilación de un paciente que acaba de entrar en arenas movedizas. Pero el punto que quería remarcar es que me gusta sentir que mi analista se engancha con lo que le estoy contando, no porque eso sea importante en sí (lo importante en una terapia soy yo, y la capacidad de mi analista de ayudarme a pensar) sino porque la impresión de que es así facilita el hecho de soltarme e intentar comunicar al menos una parte de mí. Y digo una parte porque claro, las cosas que tendría que contar son tantas y por momentos es tan difícil tratar de hacerle entender a otro qué cosas se han vivido, por qué se actúa como se actúa y, finalmente, cuáles son los pequeños y grandes acontecimientos que lo han llevado a uno a ser quien es, que a veces no dan ni ganas de empezar. Lograr esa transferencia de emociones es una de las cosas más complicadas del mundo. Con todo, el intento quizás valga la pena. Aunque más no sea para escucharse a uno mismo en voz alta y en compañía de un testigo (asumámoslo) calificado.
lunes, 7 de febrero de 2011
jueves, 3 de febrero de 2011
Reflexiones de un jueves por la tarde
Leyendo algunas cosas sobre Led Zeppelin y una posible reunión y gira mundial de la banda me enteré de que en el concierto del 2007 en el O2 Arena de Londres quien se había encargado de tocar la bateria en reemplazo del legendario y fallecido John Bonham había sido nada menos que su hijo, Jason. Sentí algo de curiosidad, googleé el nombre y fui a parar a la página oficial del tipo. Ahí me encontré con un texto en Bio que en su segundo párrafo decía esto: "A lot of talented children have probably been asked by a parent to entertain family and friends, maybe in the living room, maybe sing a little, play an instrument. No big deal and a good way to get used to performing for others. But when Jason Bonham was a small child and got called in to entertain, the family friends he played his drums for could be anyone from Jimmy Page to some of the guys from the group Bad Company. That's what happens when your father is drummer John Bonham, one of the original members of the legendary rock band Led Zeppelin". Sé que muchas veces la fama o notoriedad de un padre puede resultar un peso, pero no pude evitar pensar en lo diferente que debe verse el mundo siendo hijo de un hombre que lleva a su living a tipos como Jimmy Page. Evidententemente la perspectiva desde la cual se vive tiene que ser muy diferente. Y si bien la figura del self-made man y el hecho de construirse a uno mismo casi de la nada es tal vez el estímulo más fuerte que pueda tenerse, no puedo dejar de pensar en los extremos que el azar teje en la vida de las personas. Quién sabe, tal vez a pesar de todo las cosas están siempre en su lugar y son lo que deben ser. Es mejor pensarlo así.
sábado, 15 de enero de 2011
jueves, 6 de enero de 2011
Durante mucho tiempo (en mi adolescencia, sobre todo) imaginé los treinta años como una suerte de principio del fin. Una frontera pasada la cual uno empezaba a estar, básicamente, acabado. Ahora, con la perspectiva del paso del tiempo, me doy cuenta de que no, de que no es así. Uno puede empezar a estar acabado, pero no es una fatalidad. Ahora, ¿qué es estar acabado? No solo un tema de decadencia física sino, sobre todo, de decadencia personal. Hay gente a la que uno ve y tiene la impresión de que le drenaron el entusiasmo. Tal vez esa podría ser, entonces, mi definición personal de estar acabado: tedio, falta de pasión, conformismo. La fórmula perfecta para convertirse en un viejo choto.
lunes, 3 de enero de 2011
Sugar blues
Me acuerdo que hace unos cuantos años vi por tele una película llamada "La cosa". De escaso mérito artístico pero pródiga en truculencias, giraba en torno a un comestible maligno fabricado en cantidades industriales por una oscura empresa. La sustancia en cuestión, blanca, viscosa y fraccionada en potes similares a los de un queso crema, terminaba generando una adicción terrible en todo el mundo y destruyendo completamente sus organismos. La comían en el desayuno, el almuerzo y la cena e incluso en los estadios terminales de la adicción solo tenían eso en sus heladeras.
Por alguna razón me acordé de esta historia justo en estos días en que empiezo a combatir contra una de las peores e insospechadas basuras que me ha acompañado a lo largo de mi vida: el azúcar. Al igual que "la cosa", un producto tan innecesario como dañino y que va destruyendo el cuerpo pacientemente. No creo que sea exagerado calificarla de droga: cero valor nutritivo, generadora de un descalabro orgánico, psicoactiva y con síndrome de abstinencia. Como dice el autor del libro que estoy leyendo ("Sugar blues", de William Dufty): uno nunca sabe que es adicto hasta que toma la decisión racional de librarse de algo y descubre que no puede hacerlo o que en todo caso podrá hacerlo a costa de un gran esfuerzo. Es duro descubrir que uno ha vivido echándole veneno al cuerpo.
Por alguna razón me acordé de esta historia justo en estos días en que empiezo a combatir contra una de las peores e insospechadas basuras que me ha acompañado a lo largo de mi vida: el azúcar. Al igual que "la cosa", un producto tan innecesario como dañino y que va destruyendo el cuerpo pacientemente. No creo que sea exagerado calificarla de droga: cero valor nutritivo, generadora de un descalabro orgánico, psicoactiva y con síndrome de abstinencia. Como dice el autor del libro que estoy leyendo ("Sugar blues", de William Dufty): uno nunca sabe que es adicto hasta que toma la decisión racional de librarse de algo y descubre que no puede hacerlo o que en todo caso podrá hacerlo a costa de un gran esfuerzo. Es duro descubrir que uno ha vivido echándole veneno al cuerpo.
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