viernes, 25 de noviembre de 2011

Decálogo de la desconfianza

Desconfío mucho de:

- Las personas que no toman alcohol ni consumen otro tipo de drogas.
- Las personas que usan escaleras mecánicas.
- Las personas que no leen o dicen que ya han leído suficiente.
- Las personas que no escuchan música.
- Las personas que se acuestan sistemáticamente a las 10 PM.
- Las personas a las que no les gusta el turrón de Jijona.
- Los hombres que jamás usaron pelo largo.
- Los hombres que usan barba candado.
- Las mujeres que usan babuchas.
- Las mujeres que se llaman María.

jueves, 24 de noviembre de 2011

Que una mujer diga que uno es un santo es una pésima señal.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

Estoy muy nostálgico últimamente. La puta que lo parió.
Es obvio que estoy en un momento de transición. Hora de barajar y dar de nuevo.
Me pregunto qué nuevo yo estaré gestando.
Bah, lo que sea. I'll be fine.

martes, 22 de noviembre de 2011

Todos, alguna vez en la vida, deberían tener su Nellcôte.

domingo, 20 de noviembre de 2011

Destapá felicidad

Este es el slogan de las publicidades de Coca Cola.
Claro. Conciso. Inapelable.
No importa si el producto en sí es una basura.
No. Ellos no te dicen destapá salud. Te dicen destapá felicidad; es decir, venden emociones, no una bebida cola. Venden una ilusión, la idea de que la felicidad puede encontrarse haciendo algo tan simple como destapar una de sus botellas.
Como dije alguna vez, el ser humano es emoción, y los publicitarios de Coca Cola lo saben.
El que es feliz destapará Coca Cola lo mismo porque eso es lo que se supone que hacen las personas felices. Y el que no lo es lo hará también. En primer lugar porque necesita ser feliz de alguna manera, y en segundo lugar porque necesita creer que tomando Coca Cola puede serlo; al menos por un rato.
Destapemos felicidad, entonces. Tomemos Coca Cola.

sábado, 12 de noviembre de 2011

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Encuentro

En el año 1996, caminando por Lavalle, descubrí a Enrique Cadícamo sentado en un café.
Entré, lo saludé y finalmente me senté en su mesa durante algunos minutos.
En ese momento Enrique Cadícamo tenía 96 años y era una leyenda viva del tango.
Autor de "Anclao en París", "Niebla del Riachuelo" y tantas otras obras, ahí estaba, con su gran taza de café con leche, su pantalón rayado con tiradores, casi inadvertido, mirando pasar por la ventana a una Buenos Aires a la que ya poco le quedaba de aquellos dorados años 20.
A mí en ese momento el tango no me interesaba gran cosa, pero a Cadícamo lo había conocido en una entrevista gráfica y tenía el encanto de los hombres que han vivido intensamente.
París, Gardel, la bohemia. Me preguntó si yo era músico, si tocaba rock.
No sin cierto pudor contesté que sí. "Claro, ahora los jóvenes escuchan eso".
No lo dijo de manera despectiva, sino como quien constata un hecho. Entonces, sus ojos azules parecieron hundirse en el recuerdo. Le dije que de todas maneras a mí el tango me gustaba y que muchas de sus letras me parecían muy buenas y que para mí era un honor poder saludarlo.
Me miró, sonrió y dio un gran sorbo a su taza de café con leche. Intercambiamos algunas palabras más y finalmente me levanté de la mesa y me fui.
Tres años después Enrique Cadícamo moría a los 99 años.
Cada tanto recuerdo aquel encuentro y pienso en la distancia absurda que se establece con ciertos artistas. El fanatismo excesivo, los endiosamientos, la mitificación del proceso creativo.
"Mucho o poco, aprovecharon su potencial", pienso. Eso es todo. Pero casi nadie lo entiende.


sábado, 5 de noviembre de 2011

jueves, 3 de noviembre de 2011

...

Estoy en el baño en Austria.
Escucho un diálogo que llega desde la cocina.

- ¿Y esto? ¿Qué es?
- Prepizzas. Son de esa dieta que hacen ellos, macrobiótica, creo. Se juntan los viernes y preparan de esas cosas.
(Silencio; seguramente trata de procesar el hecho de que esos extraños discos de color oscuro son, efectivamente, prepizzas).
- Lo que se pierden...


La conversación es entre mi abuelo y mi primo, que a veces pasa un rato a saludar (y a comer).
Mi primo es de esas personas que frecuentan las salchichas con salsa golf, las pastas con salsa de crema (crema sola), la coca cola, etc.
Pienso en el abismo que nos separa, no ya con la comida, sino con tantas cosas.
Es un buen chico, le tengo aprecio, pero en un punto es claro que él es hijo de su padre y yo del mío.
No es que saque estas conclusiones a partir de su forma de comer. En verdad por alguna razón este tema de la comida me hizo pensar en otras diferencias. Digresiones a las que a veces soy afecto.
Pero bueno, volvamos al punto inicial: el cree que yo, nosotros, nos perdemos algo (yo no soy macrobiótico, pero me parezco mucho más a ellos que a mi primo).
No entiende, no puede entender, que detrás de todo esto no hay sacrificio. Que uno se convierte en otra cosa. Más, que uno aspira a otras cosas: armonía con la naturaleza, equilibrio, ausencia de enfermedad, plenitud mental y física.
No, definitivamente yo no siento que me esté perdiendo nada.
En todo caso siento que estoy ganando muchas cosas.