jueves, 26 de abril de 2012

A veces, cuando reflexiono sobre la interminable decadencia argentina, esa que empezó alrededor de 1930 y ya lleva más de 80 años, más que sorprenderme y preguntarme cuándo habrá de terminar, pienso en cambio en lo excepcional que fue aquel período 1880-1930.
Que una sociedad tan atrasada, tal vez la colonia española más pobre de América, haya  llegado tan lejos es, como mínimo, sorprendente.
Basta leer algunos libros de historia para darse cuenta de que los peores vicios de esa España cuasi medieval estaban más que arraigados en el Río de la Plata hasta bien entrado el siglo XIX.
El autoritarismo, el militarismo, el catolicismo inquisidor, el incumplimiento de la ley y las formas personalistas de gobierno; en fin, todos los elementos que caracterizan a una sociedad atrasada y son enemigos del progreso y la libertad que es su condición fundamental.
La pregunta que nos tendríamos que hacer entonces no es por qué Argentina se encuentra en el estado de decadencia actual, sino cómo hizo para torcer su destino durante esos 50 años en que pasó de ser una de las colonias más pobres de América a convertirse en el país con mayor desarrollo de América del Sur y uno de los más avanzados del mundo.
Y la respuesta, para mí, es clara: Argentina logró el desarrollo con el triunfo de las ideas liberales de Alberdi y Sarmiento (no fueron los únicos, pero sí tal vez los más importantes).
Con esas ideas llegaron las libertades políticas y económicas, las grandes inversiones, la inmigración europea; en fin, la civilización.
Esas ideas son las que, guste o no, han generado a lo largo del tiempo la riqueza y el progreso de las naciones, porque son las únicas que verdaderamente liberan el potencial del individuo y frenan el avance descontrolado de ese Leviatán filantrópico llamado Estado que no hace más que explotarlo y oprimirlo bajo el constante amparo de las consignas más nobles.
Esas ideas, que maduraron en la Europa de la Ilustración y que, bueno es recordarlo, fueron una reacción contra los Estados monárquicos absolutistas del siglo XVIII, han sido derrotadas en Argentina hace más de 80 años y reemplazadas por las viejas ideas coloniales de las que nunca llegamos a librarnos realmente.
He ahí el problema. No es la actual decadencia una desviación inexplicable de un destino de grandeza que todavía espera por nosotros. No. Es, por el contrario, el amargo y previsible retorno a un subdesarrollo al que erróneamente creimos superado.
Así, más que sorprendernos de dónde estamos, deberíamos sorprendernos de haber estado alguna vez en un lugar distinto. No es que la situación actual sea una pesadilla; es que aquello otro fue un sueño.

martes, 24 de abril de 2012

"¿De qué cosas te arrepentís en tu vida?"
Esta pregunta, tan frecuente en entrevistas a personas públicas, es, creo, una de las más estériles y tramposas que uno pueda formularse.
Arrepentirse es trasladar el yo actual al pasado y pensar cómo se respondería a una situación ya vivida.
El problema es que entonces actuamos como actuamos porque nuestro yo era otro y no el actual; más aún, nuestro yo actual está en gran medida determinado por las situaciones vividas por los distintos yo a lo largo del tiempo, es decir por la sumatoria de esos yo pasados que, desde el presente, intentamos recrear y censurar de manera inútil.
¿De qué me arrepiento, entonces? De nada. No hay ningún pasado al cual volver y lo que hace la diferencia, en definitiva, es la forma en que uno se responde los por qué/para qué pasan las cosas.
El infierno es, después de todo, una forma de pensar.