miércoles, 9 de noviembre de 2011

Encuentro

En el año 1996, caminando por Lavalle, descubrí a Enrique Cadícamo sentado en un café.
Entré, lo saludé y finalmente me senté en su mesa durante algunos minutos.
En ese momento Enrique Cadícamo tenía 96 años y era una leyenda viva del tango.
Autor de "Anclao en París", "Niebla del Riachuelo" y tantas otras obras, ahí estaba, con su gran taza de café con leche, su pantalón rayado con tiradores, casi inadvertido, mirando pasar por la ventana a una Buenos Aires a la que ya poco le quedaba de aquellos dorados años 20.
A mí en ese momento el tango no me interesaba gran cosa, pero a Cadícamo lo había conocido en una entrevista gráfica y tenía el encanto de los hombres que han vivido intensamente.
París, Gardel, la bohemia. Me preguntó si yo era músico, si tocaba rock.
No sin cierto pudor contesté que sí. "Claro, ahora los jóvenes escuchan eso".
No lo dijo de manera despectiva, sino como quien constata un hecho. Entonces, sus ojos azules parecieron hundirse en el recuerdo. Le dije que de todas maneras a mí el tango me gustaba y que muchas de sus letras me parecían muy buenas y que para mí era un honor poder saludarlo.
Me miró, sonrió y dio un gran sorbo a su taza de café con leche. Intercambiamos algunas palabras más y finalmente me levanté de la mesa y me fui.
Tres años después Enrique Cadícamo moría a los 99 años.
Cada tanto recuerdo aquel encuentro y pienso en la distancia absurda que se establece con ciertos artistas. El fanatismo excesivo, los endiosamientos, la mitificación del proceso creativo.
"Mucho o poco, aprovecharon su potencial", pienso. Eso es todo. Pero casi nadie lo entiende.


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