domingo, 28 de febrero de 2010

Ideas

Cada vez que me encuentro con una idea nueva (me refiero a ideas importantes; esas que son capaces de dar por tierra con una determinada cosmovisión) termino pensando lo mismo: qué pelotudo era antes de darme cuenta de esto.
Y la recurrencia del hecho me ha llevado, por fin, a una sospecha terrible. Es posible que uno no deje de ser un pelotudo jamás, teniendo que contentarse simplemente con ser un poco menos pelotudo de lo que solía ser en el pasado. El mecanismo es simple: si toda vez que una nueva idea aparece se tiene la sensación de niebla disipada, ¿por qué no pensar que existen otras nieblas que, del mismo modo que la anterior, todavía somos incapaces de percibir?
Otra posibilidad sería que uno deje de ser un pelotudo en el mismo momento en que tiene conciencia de eso y se convierte en un constante disipador de niebla. Puede ser. Aunque es probable que esto también sea una simple artimaña paro no herir el ego de quien al menos intenta acercarse al fondo de las cosas. Porque digámoslo claramente: una cosa es ser pelotudo y hacer esfuerzos sobrehumanos para dejar de serlo, y otra muy distinta es ser pelotudo y andar por la vida de lo más satisfecho.
¿Será posible alguna vez, entonces, dejar de ser un pelotudo? Uno vive con esa ilusión.

jueves, 25 de febrero de 2010

Deporte

Hace ya varios días que he empezado a caminar de manera regular.
Si bien mi idea original era correr, leyendo algunas páginas en internet llegué a la conclusión de que lo más sensato (y con posibilidades de éxito) era salir de manera gradual de un sedentarismo que a esta altura ya forma parte de mis más caras tradiciones.
Bueno, no sé si sedentarismo sería la palabra, porque al hábito de caminar lo he tenido siempre, aunque desordenado (esto es, caminar siempre que se presenta la oportunidad, no como resultado de una rutina preestablecida). Digamos, entonces, ausencia de actividad deportiva regular. Si hay algo que lamento es que mis padres no me hayan inculcado el hábito de hacer deporte. Ya sé que es difícil inculcar un hábito que no se tiene, pero aún así lo lamento.
El programa, entonces, consta de tres fases. Primero, dos o tres semanas de caminatas diarias de unos treinta a cuarenta minutos. Segundo, caminatas combinadas con algo de trote. Y tercero, correr.
Esto es lo primero que tengo que hacer. Una vez cumplida esta etapa, pensaré en la posibilidad de un deporte complementario.
Todo corte con la holgazanería es una oportunidad para educar la voluntad. Trato, por lo tanto, de motivarme mucho por ese lado. La perseverencia es todo.

viernes, 12 de febrero de 2010

Importunado

Recién abro la ventana de mi cuarto y me encuentro con el tipo de seguridad que se da vuelta y me mira. Pero lo peor no es eso; yo lo miro y el muy desubicado en lugar de girar sigue mirándome. Obviamente me siento importunado. Estoy a un paso de insultarlo. Me contengo. Odio a los guardias de seguridad y a todas las personas que se dedican a la vigilancia. Tienen alma de cancerberos.

miércoles, 10 de febrero de 2010

Mariposas

Recuerdo la fascinación que me producían de chico las mariposas.
En particular tengo grabada en mi retina una grande, de color negro y con salpicaduras amarillas. Iban seguido a una planta que estaba en el centro de nuestro jardín y yo, maravillado como todo niño que se topa por primera vez con las cosas esenciales, me quedaba absorto por unos segundos contemplando el vuelo bajo e irregular del extraño insecto que una y otra vez se posaba sobre las pequeñas flores.
Para un niño las maravillas del mundo son infinitas. Tal vez porque el mismo fenómeno de la vida lo es. Ahora bien, ¿a dónde va a parar esa mirada? ¿Es lógico el tedio en el que terminan tantas vidas? Yo creo que no. Es apenas un mal hábito. Algo que teníamos y nunca debimos haber perdido.


martes, 2 de febrero de 2010

lunes, 1 de febrero de 2010

Rutas

Hay gente a la que la ruta la aburre. La consideran poco más que un estorbo entre su casa y el lugar de destino.
Yo no. Amo la ruta. Me encanta estar arriba del auto quemando kilómetros en paisajes abiertos. Me encanta esa expansión de los sentidos en contacto con lo esencial, la libertad del horizonte que se pierde.
Reconozco que las rutas siempre han ejercido cierta fascinación en mí. Tal vez porque me parecen una gran metáfora de la vida misma.