Las cosas habían andado más o menos bien cuando por fin se dio cuenta de que ya estaba demasiado lejos de la costa. Hasta entonces, le había gustado dejarse llevar y la sensación de ir a la deriva. "Hacer la plancha es como suicidarse", pensó. Resignado, el hombre se recostó una vez más sobre el enorme espejo de agua que lo rodeaba y se dejó acariciar por el sol hasta quedar completamente dormido.
jueves, 18 de noviembre de 2010
miércoles, 17 de noviembre de 2010
Hoy inauguro un nuevo tópico en el blog: libros que me marcaron. Y lo hago con uno que pertenece a la denostada categoría de autoayuda (la que desde mi atalaya de lector serio rehuí durante años). Contra lo que el título pueda sugerir, este libro escrito por Napoleon Hill en 1937 (producto sobre todo de sus encuentros con Andrew Carnegie, magnate del acero y el segundo hombre más rico de su tiempo, después de John D. Rockefeller) no es simplemente un catálogo de reglas para lograr prosperidad económica. Es, más bien, una filosofía del logro y el desarrollo personal. Hill hace una radiografía del éxito (en el campo que sea) y repasa cada uno de sus componentes esenciales. Componentes que encuentra repetidos en cada uno de los personajes verdaderamente relevantes de la historia. El ADN del éxito. Eso es lo que nos ofrece este libro. Nada más ni nada menos.
lunes, 15 de noviembre de 2010
Una de las cosas más dolorosas del paso del tiempo es la certeza de las vidas que uno ya no podrá vivir. En algunos casos tal vez no fueran más que sueños remotos sin ninguna clase de sustento. En otros, deseos profundos en los que se puso cierto empeño, aunque no todo el necesario. Como sea, había un valor en el hecho de soñar en sí, en sentir que todo podía hacerse, que todos los caminos podían ser trazados. Sin embargo, bien mirada, esa limitación puede tener un efecto benéfico: la capacidad de conectarnos con lo más esencial de nosotros mismos y poner el foco en aquellas cosas que dan sentido y permiten un despliegue pleno y profundo del yo.
sábado, 13 de noviembre de 2010
jueves, 11 de noviembre de 2010
miércoles, 10 de noviembre de 2010
Así como en los años 40 y 50 el jazz tuvo su cénit creativo, lo mismo puede decirse del rock en los 60 y 70. A cuarenta años de distancia, y con honrosas excepciones, se hace cada vez más claro para mí que lo mejor del rock ya pasó. No va a morir, del mismo modo que no murió el jazz. Seguirá habiendo gente que lo toque y, sobre todo, gente que lo escuche, entre otras cosas porque ningún género ha captado tan bien el espíritu contestatario y rebelde de la adolescencia ni tiene esa constante vocación celebratoria que por momentos llega al paroxismo (en ese sentido, se podría decir que el bebop y el hardbop son sus antecesores).
Lo maravilloso del rock es, además, que uno todavía puede ver a varios de sus más grandes creadores. Paul Mc Cartney, David Gilmour, Roger Waters, Toni Iommi, Jimmy Page, Ray Davies, Keith Richards, Angus y Malcolm Young, etc. A quienes de alguna manera nos importa, deberíamos sentirnos agradecidos de esa posibilidad. Somos los últimos y privilegiados testigos de una gran historia.
Lo maravilloso del rock es, además, que uno todavía puede ver a varios de sus más grandes creadores. Paul Mc Cartney, David Gilmour, Roger Waters, Toni Iommi, Jimmy Page, Ray Davies, Keith Richards, Angus y Malcolm Young, etc. A quienes de alguna manera nos importa, deberíamos sentirnos agradecidos de esa posibilidad. Somos los últimos y privilegiados testigos de una gran historia.
miércoles, 3 de noviembre de 2010
lunes, 1 de noviembre de 2010
Silencio (*)
Qué arte sutil y difícil el de aprender a cerrar la boca. Y sin embargo, por momentos, no hay manifestación más acabada de la inteligencia que el silencio. "Al hombre le toma dos años aprender a hablar y sesenta aprender a callar". ¡Cuánta razón tenías, Ernest!
* Dedicado a a., un lúcido frecuentador de este tópico.
* Dedicado a a., un lúcido frecuentador de este tópico.
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