martes, 22 de junio de 2010

El sábado a la tarde me encontré con La Nación doblado en una de sus notas principales. En uno de los destacados decía algo como esto: "No es que sea pesimista; es que el mundo es pésimo". El autor de la frase, Saramago, acababa de morir y la nota en cuestión era una especie de homenaje al escritor portugués. Por alguna razón, pensé inmediatamente en su amistad y admiración hacia Ernesto Sábato, otro tótem de la alegría, y me pregunté cómo era posible llegar a viejo largando una frase semejante. Porque uno puede decir eso en la adolescencia y es perfectamente disculpable. Pero decirlo a los 87 años, cuando se tuvo todo el tiempo del mundo para aprender y sopesar las cosas en su justa medida, me parece de lo peor. Alguna vez dije que la imagen que tenemos del mundo habla más de nosotros que del mundo mismo, y creo que ese ha sido uno de mis grandes momentos de lucidez. Porque reconozcámoslo, el mundo es lo bastante complejo como para poder elegir el recorte de realidad que nos venga en gana. Ahora, ¿qué es lo que hace primar lo rastrero por sobre lo elevado? ¿Qué es lo que hace que lo primero tenga predominio emocional sobre lo segundo? Respuesta: una naturaleza débil y enferma.

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