Para disfrutar (realmente) de la victoria se necesita un espíritu noble, no uno resentido.
El hombre noble celebra. Celebra el éxito, se celebra a sí mismo y celebra incluso a su oponente o al obstáculo que acaba de superar porque es justamente su dimensión la que condiciona, en buena medida, la dimensión de su logro. Podría decirse incluso que el espíritu celebratorio es uno de las rasgos más propios de esta naturaleza. El resentido, en cambio, no celebra. No. El no tiene motivos para celebrar. Concibe la vida como una infinita sucesión de afrentas y la victoria, siempre temporal, es apenas una excusa para ahogar por unos instantes su frustración y sensación de insignificancia. No, el resentido no celebra. Como mucho, escupe temporalmente su basura.