Más de una vez he hablado de la importancia de enfocarse, de
usar la energía vital para las cosas que uno ama.
Y sí, eso está muy bien. Pero habría que decir algo más,
quizás tan importante como lo primero: aún cuando uno haga las cosas que ama,
casi todo logro más o menos importante tiene zonas grises, momentos no del todo
agradables y en los que se pelea contra cierto grado de dificultad.
El que decide tocar la guitarra, por ejemplo, se encontrará
durante un buen tiempo con la sensación de que sus dedos no responden. Se
sentirá profundamente torpe e incapaz.
Lo mismo puede decirse de cualquier otra área de
conocimiento, en particular las de menor contenido lúdico.
Asumámoslo: hacer lo que uno ama no implica ausencia de
frustración.
La frustración y la sensación cotidiana de fracaso forman
parte de todo proceso de aprendizaje y tener éxito consiste en saber lidiar con
esas emociones negativas y convertirlas en algo pasajero.
Y acá viene la clave, entonces: sentir amor por eso que se
hace, tener una convicción profunda y absoluta de querer llegar a determinada
meta, es el único combustible con el que se puede atravesar ese tramo complicado
de la ruta.
De lo contrario uno termina quedándose siempre al borde del camino, perdido e impotente.
De lo contrario uno termina quedándose siempre al borde del camino, perdido e impotente.