viernes, 10 de diciembre de 2010
Café II
Una de las cosas que he cambiado radicalmente en mi visita a los cafés es la actitud con respecto a las propinas. Se supone que uno debe dejar el 10%. Muy bien. Eso es lo que un ciudadano bien nacido se supone que hace (salvo objeciones como una mala atención, etc., que pueden dar lugar a no dejar un centavo). Dejan el 10%, entonces, y si la cuenta queda redonda con un poco menos, dejan un poco menos. Digamos, $ 2 en lugar de $ 2,20. Lo malo de esa forma de propina es que uno le deja plata al camarero/a por obligación, y se nota, porque casi nunca excede el tácito 10%. En el mundo hay escasez, todo es escasez, y por lo tanto a la plata hay que cuidarla y cómo se te ocurre que voy a dejarle más del 10% a este tipo. Bueno, ahí es donde creo que está la trampa. En el poder del pensamiento. Ese pensamiento de escasez trae escasez. Uno es miserable, y recibe miseria. El punto entonces es que cuando me atienden bien (casi siempre) yo dejo más del 10%. Puede ser el 15, también el 20. Depende. Pero si el 10% son $ 2 siempre dejo $ 3. Es notable lo que esa mugrosa moneda adicional genera en el semblante del otro. Es como una ola de buena onda que va y viene. Y sí, yo creo profundamente en la energía. Para recibir hay que estar dispuesto a dar. Suena tonto, casi a frase hecha, pero es así.
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1 comentario:
Me llama la atención eso del 10%. Aquí no se estila. Aquí la propina suele ser el cambio en monedas. Hasta que llego el timo del euro y sus céntimos. Al cambiar la moneda las propinas dejaron de ser tan generosas por el despiste que traíamos todos.
Yo en propinas no negocio. Dejo lo suelto si me conviene. Soy usuaria de autobús y necesito siempre cambio. Y desde luego, como no me hayan atendido bien, cero mata cero.
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