sábado, 15 de enero de 2011
jueves, 6 de enero de 2011
Durante mucho tiempo (en mi adolescencia, sobre todo) imaginé los treinta años como una suerte de principio del fin. Una frontera pasada la cual uno empezaba a estar, básicamente, acabado. Ahora, con la perspectiva del paso del tiempo, me doy cuenta de que no, de que no es así. Uno puede empezar a estar acabado, pero no es una fatalidad. Ahora, ¿qué es estar acabado? No solo un tema de decadencia física sino, sobre todo, de decadencia personal. Hay gente a la que uno ve y tiene la impresión de que le drenaron el entusiasmo. Tal vez esa podría ser, entonces, mi definición personal de estar acabado: tedio, falta de pasión, conformismo. La fórmula perfecta para convertirse en un viejo choto.
lunes, 3 de enero de 2011
Sugar blues
Me acuerdo que hace unos cuantos años vi por tele una película llamada "La cosa". De escaso mérito artístico pero pródiga en truculencias, giraba en torno a un comestible maligno fabricado en cantidades industriales por una oscura empresa. La sustancia en cuestión, blanca, viscosa y fraccionada en potes similares a los de un queso crema, terminaba generando una adicción terrible en todo el mundo y destruyendo completamente sus organismos. La comían en el desayuno, el almuerzo y la cena e incluso en los estadios terminales de la adicción solo tenían eso en sus heladeras.
Por alguna razón me acordé de esta historia justo en estos días en que empiezo a combatir contra una de las peores e insospechadas basuras que me ha acompañado a lo largo de mi vida: el azúcar. Al igual que "la cosa", un producto tan innecesario como dañino y que va destruyendo el cuerpo pacientemente. No creo que sea exagerado calificarla de droga: cero valor nutritivo, generadora de un descalabro orgánico, psicoactiva y con síndrome de abstinencia. Como dice el autor del libro que estoy leyendo ("Sugar blues", de William Dufty): uno nunca sabe que es adicto hasta que toma la decisión racional de librarse de algo y descubre que no puede hacerlo o que en todo caso podrá hacerlo a costa de un gran esfuerzo. Es duro descubrir que uno ha vivido echándole veneno al cuerpo.
Por alguna razón me acordé de esta historia justo en estos días en que empiezo a combatir contra una de las peores e insospechadas basuras que me ha acompañado a lo largo de mi vida: el azúcar. Al igual que "la cosa", un producto tan innecesario como dañino y que va destruyendo el cuerpo pacientemente. No creo que sea exagerado calificarla de droga: cero valor nutritivo, generadora de un descalabro orgánico, psicoactiva y con síndrome de abstinencia. Como dice el autor del libro que estoy leyendo ("Sugar blues", de William Dufty): uno nunca sabe que es adicto hasta que toma la decisión racional de librarse de algo y descubre que no puede hacerlo o que en todo caso podrá hacerlo a costa de un gran esfuerzo. Es duro descubrir que uno ha vivido echándole veneno al cuerpo.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)